El cuerpo está completo, con sus agonías y egoísmos. Su sufrimiento es necesario porque mantiene la estructura unida y coherente. Eres uno, uno total, uno absoluto. No hay atajos para esto.
Arrastró lentamente la mano a su boca, acariciando por el camino su cuello y sus labios. Indecisa inicialmente, se mantuvo estática, con el índice apuntando hacia dentro, pero sin mover ni un músculo de la cara. Pasó así unos instantes, dudando, preguntándose si sería la mejor decisión. Probablemente no lo era. Pero al final se decidió por la peor alternativa y clavó su mano hacia su campanilla, estirando al máximo la piel de su garganta y dislocando su mandíbula. No paró ahí, no, sino que siguió y siguió hasta que tenía todo el antebrazo dentro de su esófago. Se le escurrían pequeños hilos de saliva a ambos lados de su boca, que estaba abierta todo lo que podía y más. Hacía ruidos desagradables, como arcadas, y su cuello estaba inflado y abultado. Movía el brazo de un lado a otro y cuando lo hacía relámpagos de dolor brillaban por todo su rostro, sus ojos se iban al cielo y con ellos su paciencia. Al fin lo encontró, aquello que buscaba con tanto ahínco y lo lanzó fuera de sí con la fuerza que le quedaba. Salió de golpe, una esfera cegadora y pura, una pieza esencial del puzle. Apenas tuvo unos segundos para admirar su obra cuando empezó a vomitar sangre. Constantemente. Sin parar. Vomitaba como si fuera a soltar todas sus tripas ahí mismo, como si la hubieran ensartado en una lanza.
Se derrumbó sin vida, la luz de la esfera iluminando sus facciones.